
Femenino
Leonardo Boff, teólogo brasileño que supe leer cuando la Teología de la Liberación, al explotar en varios lugares de América Latina, llenó de esquirlas nuestras mentes precoces, afirmaba que, teniendo en cuenta sus actitudes para con la raza humana, Dios más que padre era una madre. Lo femenino de la divinidad oficial. El rostro materno de Dios. Hace algunos días, teniendo la deferencia de leer algunos de mis escritos, mi amigo Roberto Cerdeiriña, español, tanguero y constructor de puentes, me sugirió:
—¿Por qué no pruebas utilizar “la mar” en lugar de “el mar”?

Me dejó pensando. Más allá de un mero recurso morfológico o una cuestión de estilo, el costado femenino del mar merecía tomarse en serio. Luego de darle vueltas en mi cabeza durante varios días, disipé todos mis interrogantes. La mar es mujer. Y qué mujer. Indomable. Transparente. Encabritada. Cariñosa. Lujuriosa. Maternal. Desquiciada. Sedienta. Te mece. Te sacude. Te invade. Te mide. Va y viene. Y vuelve a venir. Encierra todos los misterios. Te recibe en sus brazos. Te presta su espuma. Te regala su arena. Jamás te pide nada a cambio. Y, al mismo tiempo, te exige todo. En un descuido puede quedarse con toda tu existencia. No amerita miedo alguno. Sí, mucho cuidado. Y respeto. Y conciencia. La mar es mujer. Y es bella. Adorada por los dioses. Envidiada por las demás mujeres. Insaciable. Imposible resulta comprenderla. Inevitable volver a su regazo. Hay que resignarse a sus poderes. Dejarse llevar. Entregarse a sus encantos. Inútil intentar dominarla. Todos resultamos impotentes ante su esplendor. Vestida de seda en las noches calmas. Quema hasta sangrar. Sala tus heridas más profundas. Y las cura. Sin ninguna duda, la mar es mujer. Como Dios. Como vos.
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